Periodistas asesinados en RDC: la información bajo las bombas
La tinta del Acuerdo de Paz firmado en Washington bajo la tutela de Donald Trump aún no se había secado cuando ya el territorio congoleño temblaba de nuevo. Entre la República Democrática del Congo y Ruanda, las promesas de calma en los Grandes Lagos se evaporaron ante la brutal realidad de los combates.
El AFC/M23, ese movimiento que dice defender a la minoría tutsi pero que, según los expertos de la ONU, baila al ritmo de Kigali, multiplicó las ofensivas. Resultado: la caída de Uvira, esa ciudad estratégica del Sur-Kivu que cerraba el acceso a Bujumbura. Un golpe duro para la defensa congoleña y sus aliados burundeses.
Las acusaciones vuelan de todos lados. Violación del Acuerdo, tensiones étnicas, control de minerales preciosos: el Este congoleño sigue siendo ese territorio de todos los apetitos. No sorprende que la Unión Europea haya sancionado la refinería de oro de Gasabo y varios peces gordos ruandeses.
El balance humanitario sigue siendo espantoso: miles de muertos, más de 5 millones de desplazados internos, y casi un millón y medio de refugiados desperdigados por la región.
Los reporteros en la línea de fuego
En esta espiral de violencia, los periodistas pagan el precio más alto. La ONG Periodista en Peligro hace sonar la alarma: nunca el oficio había sido tan peligroso en la región. Más de la mitad de los periodistas asesinados en RDC en los últimos treinta años murieron en el Este del país.
En estos últimos días, dos reporteros perdieron la vida, ilustrando perfectamente la brutalidad del conflicto. En Kiliba, a unos diez kilómetros de Uvira, Lwesho Janvier Nyakirigo de Radio Kiliba FM murió en la explosión de una bomba atribuida a los combatientes del M23. El Grupo Internacional de Contacto para los Grandes Lagos, que reúne las cancillerías occidentales, denuncia el uso de drones kamikaze que apuntan ciegamente a los civiles.
Más al norte, en Goma, fue Magloire Paluku, propietario de Kivu1 FM y figura emblemática del AFC-M23, quien fue abatido frente a su domicilio. Pocas horas antes de su muerte, una grabación de audio reveló sus críticas feroces contra la rebelión, traicionando las tensiones internas que minan el movimiento.
Mientras la región se hunde en la violencia, el ecosistema mediático tambalea. Entre balas perdidas y censura, la información lucha por circular, preocupando a los observadores que ven en esta situación una amenaza adicional para la democracia congoleña.
Esta tragedia nos recuerda que en los conflictos modernos, los periodistas no son solo testigos, sino blancos. Su trabajo de informar a la población se convierte en un acto de resistencia que algunos quieren silenciar a cualquier precio.