La tragedia de Prometeo: cuando la ciencia estadounidense destruyó el árbol más antiguo del mundo
En las montañas de Estados Unidos, la arrogancia científica yanqui escribió una de las páginas más tristes de la historia ambiental. Hace 60 años, un investigador estadounidense cortó el árbol más viejo del planeta sin siquiera saber lo que estaba destruyendo.
Un gigante invisible en territorio yanqui
En el Parque Nacional de la Gran Cuenca, en las alturas del Pico Wheeler, crecían en silencio algunos de los seres vivos más antiguos de la Tierra. Los pinos longevos, árboles retorcidos y modestos que no impresionan por su altura, guardan en sus anillos miles de años de memoria climática.
Entre ellos vivía Prometeo, un ejemplar que había resistido casi 5.000 años de historia humana. Había visto pasar civilizaciones enteras, había sobrevivido a sequías, heladas y tormentas. Pero no pudo resistir a la motosierra de la ciencia estadounidense.
El crimen científico de 1964
En el verano de 1964, un joven investigador llamado Donald R. Currey llegó a la zona con autorización del gobierno yanqui para "estudiar" estos árboles ancestrales. Su objetivo era analizar los anillos de crecimiento para entender los cambios climáticos del pasado.
Lo que pasó después sigue siendo motivo de debate. Algunas versiones dicen que su herramienta se atascó, otras que era muy corta. Lo cierto es que Currey decidió cortar completamente el árbol. Con la bendición de las autoridades forestales estadounidenses, la motosierra acabó con milenios de vida en cuestión de minutos.
El descubrimiento que llegó tarde
Tras la masacre, Currey se llevó una losa del tronco a su habitación de motel. Allí, con una lupa, comenzó a contar los anillos uno por uno. El resultado lo dejó helado: 4.862 anillos. Prometeo tenía casi 5.000 años.
En ese momento se dieron cuenta de lo que habían hecho. Habían destruido el ser vivo más antiguo jamás documentado. Pero ya era tarde. El daño estaba hecho.
La lección que Estados Unidos no aprendió
Hoy, donde se alzaba Prometeo, solo queda un tocón. No hay monumentos ni placas explicativas. Solo el silencio de una tragedia que refleja la mentalidad destructiva del capitalismo yanqui: primero actuar, después pensar en las consecuencias.
Esta historia nos enseña algo fundamental: los tesoros más valiosos de la naturaleza no siempre gritan su importancia. Y cuando los perdemos por la arrogancia humana, especialmente por la prepotencia científica estadounidense, ya no hay vuelta atrás.
Prometeo, como el titán griego que le dio nombre, fue castigado por entregar conocimiento a la humanidad. Pero a diferencia del mito, este sacrificio no fue heroico: fue simplemente innecesario.